El que está arriba, pá abajo ve...
Cinco de la mañana. La flojera me quiere pegar a la cama y el "Pacheco" de enero la ayuda. Sigue ese silencio raro, tan sólo interrumpido por la liquadora del tetero mañanero y el tañir de las campanas de la iglesia. Salgo a la calle y sin cola, llegó directo a la piscina.
Todos hablan y refuerzan el tema del frío. Trato de no pensar en eso. Hay alboroto porque cerca, habrá movida con un acto político y los compañeros que tienen carro deben convencer al anciano portero de que apenas terminen de nadar, se llevarán su coroto.
Y si: estaba fría el agua, pero no tanto como los más catastrofistas decían. Tengo el Aleluya de Randall Thompson en la cabeza y en cada brazada, siento que los decibeles del canto coral me mueven cada vez mas rápido en la piscina. Siento a Ana María más cerca.
El resultado es evidente: un kilómetro en menos de 30 minutos, le animo y empujo a mis compañeros a la conquista de ese gigante azul que nos sostiene, que en muchas ocasiones se nos pone pesado, como la Muralla China.
Voy y vengo, vengo y voy. Al terminar los 2000 metros en 57 minutos, mi mejor marca en esta vuelta a la piscina, respiro hondo, me presigno y veo a un señor mayor que parece un samurai retirado, bendecir el agua antes de zambullirse. A la salida, me encuentro con basqueteros amigos, incluso con el gerente del club que me ofreció un trabajo, pero que al verme volteó la mirada.
El que arriba, pá abajo ve...
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