Una semana completa en la piscina y otros recuerdos

Mi coach Carlos Guevara y yo al término de una jornada de trabajo. Foto Osiris Corniaccia

Esta semana culminé mi primera semana en la piscina. Fueron casi 7000 metros en cuatro jornadas, días de hermosos amaneceres, de ver la cara más limpia y quizás más amable de la ciudad, compartiendo con un grupo diverso en los carilles 7 y 8 del Parque Miranda.

Siento como si la memoria deportiva de mi cuerpo, palabra de honor, no se hubiese perdido del todo. Hace más de 30 años, cuando era un cagaleche y estudiaba en la Creación Venezuela de Vista Alegre, mis primeros choques con el deporte fueron eso, choques contra el plinto en las clases de gimnasia del profesor Luis Belo.

Era terror lo que me producía la proximidad ante el aparato. Pensaba que me iba a desnucar. Nada que ver con mi hermano Fernando Gutiérrez Goyo o el chamo Castellano, que emulaban a la gente voladora que uno ve en la tele, en tiempos de Juegos Olímpicos.

Entonces, el profesor me dijo que probara con el sistema de carrera a ritmo sostenido y así pude aprobar la materia, además de ganar un estilo de vida, que me ha permitido batallar contra la heredada Hipertensión de mi viejo. “Ese es el asesino silencioso, cuídate hijo” me previno cuando le amputaron una pierna.

Esta vuelta a la piscina, no sólo me fortalece en esa pelea por estar más sano, sino que ha reforzado el cotidiano aprendizaje de tolerancia que debemos esforzarnos por  sembrar. Por más rápido que nade, no puedo llevarme por delante al compañero que aún no sabe respirar, o a la amiga que realiza su rehabilitación, tras la cirugía de meniscos. Al final de la hora de entrenamiento, no sólo te queda el corazón y el alma más sanos, sino que puedes sonreír porque jugaste en equipo y TODOS salimos ganando.