Por culpa de un esguince...



Fernando Peñalver
@rebotero

Cuando entré a la glacial sala de operaciones, el pasado lunes, el médico anestesiólogo me preguntó si me habían intervenido con anterioridad. El padre tiempo me agarró por la batica y mejaló varias décadas atrás...

Hice memoria y la respuesta se remontó a 1969, estelar momento de la caminata especial y la canción "Acuarius" de la Quinta Estación. Tenía yo 4 años y un recurrente problema de gripe crónica, hizo que mis amígdalas fueran "sacrificadas".

Recuerdo que era una habitación blanquísima, del hospital militar "Carlos Arvelo", el mismo donde Teodoro Petkoff ejecutase su espectacular fuga a punta de sábanas, por el balcón, dejando en ridículo del temible Servicio de Inteligencia de la Fuerza Armada (Sifa), hoy Sebin.

Recuerdo que comí helado hasta el hartazgo, al punto de que llegue a aborrecerlo durante un tiempo, corto, eso si. Y el lunes 4 de agosto de 2014 volví a una sala de operaciones. Un esguince al que no le hice caso durante 7 años, hizo crisis casi al punto de no dejarme caminar.

La experiencia fue extrema. No sólo por la indefensión que implica ir apenas recubierto con una batica, sino por el bestial frío que hace allá abajo. "Ojo, vine por una Tenosinivitis, no por un implante mamario", afirmé en son de broma macabra, en la antesala del quirófano.

La anestesia epidural confirmó su fama, pero la verdad fue que la soporté teniendo un pensamiento fijo: "al mal paso, darle prisa". El Dr Marco Rivas, médico traumatólogo y deportivo hizo su trabajo con precisión y profesionalismo, "asistido" por mi vecino, el Dr José Gregorio Hernández Cisneros.

Hoy estoy en eso que llaman reposo, escuchando todos los consejos que de buena voluntad me llegan. Todos apuntan a no apoyar el pie intervenido, a descansar. Yo ando fastidiadísimo.

Esa es la parte difícil: querer moverse, ir al baño, buscar un vaso de agua, se han transformado en tareas dignas de Prometeo. Aprender a manejar las muletas es otro asunto delicado. Quedo reventado al trasladarme de un punto a otro de la mi casa.

Mientras me "quejó" y hago catársis en este blog, no puedo dejar de recordar al joven amputado de una pierna, con el que coincidía en la pica de La Julia en El Márqués, cuando dejaba a mis chamos en el colegio.

El muchacho tenía unos brazos de acero y una determinación más allá de toda comprensión humana. Pero por sobre todo, en cada punto del ascenso, me confirmó que con lástima nada crece. Y hasta una sonrisa se permitía regalarme.

Aquí sigo: debo aprender a ser paciente.

Agosto 2014


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