Crónicas del periodismo deportivo: Oscar Prieto Párraga y yo... (I)

Ese fue el intimidante cartel que no requiere mayor explicación. Foto de Iván Buznego
Creo haber dicho alguna vez, corrijo, proclamado a los cuatro vientos, que soy orgullosamente Caraquista. Fanático de los Leones del Caracas. Quizás hasta la vaina es genética.

Mi mamá (sospechosa de ser simpatizante del Magallanes, se le perdona por Dios) siempre me refería que mi bisabuela Estílita no podía ser perturbada cuando comenzaba la transmisión radial de los melenudos.

Eras los tiempos del mítico "One-two" de César Tovar y Vitico Davalillo. "Es un hit" decía la venerable y endeble matrona, convertida en una furibunda experta. 

"Hit a la derecha" confirmaba segundos después el vozarrón de Delio Amado León por el radiecito. Y cómo la abuelita Estílita Noguera sabía la naturaleza del batazo? "Hay que escuchar la madera hija, la madera". Tiempo después, en la película "Troubles with the curve", Clint Eastwood confirmaba la sentencia de esa querida viejita, a la que sólo conocí por las fotos sepia de la familia.

Yo me pegué a la magia caraquista en tiempos de Baudilio Díaz, Antonio Armas, Kevin Bass y el manager Alfonso "Chico" Carrasquel. Eran los tiempos del primer campeonato del Caribe de los Leones, en Hermosillo, México 1982. Recuerdo que Luis Salazar (refuerzo de Tiburones) fue clave para la victoria, con sus hits cruciales.

Creo que por esos tiempos fue que reparé en la existencia del odontólogo Oscar Prieto Párraga, heredero del imperio que construyó su padre, el "Negro" Prieto y Pablo Morales. "Cabeza de repollo" para sus más íntimos, el joven y soberbio dirigente tuvo que inclinar la cabeza con dolor, al momento de la venta del club tiempo después, al Grupo empresarial Cisneros.

Tengo dos cuentos buenísimos con el Dr Prieto, odontólogo "ad honorem" durante muchísimos años en el Hospital Ortopédico Infantil. El primero fue en enero de 1989, siendo yo redactor novato en el diario "Meridiano", bajo las órdenes de Andrés Dearmas, Apolinar Martínez y el fraterno Víctor José López "El Vito".

La noche del 11 de enero de 1989, un grupo de periodistas entramos al club house del Caracas para entrevistar al pitcher margariteño Ubaldo Heredia, quien cerró un juegazo. Los peloteros comenzaron a lanzarse sus prendas íntimas (ojo sudadas generosamente luego de nueve innings) y algunas nos rozaron la cara.

Les pedimos un tregua y el "Chino" Cáceres empezó a recolectar uno a uno los suspensorios e interiores. Cuando menos los imaginábamos, uno de ellos le puso de sombrero el tobo al pelotero y por supuesto nos cayó a los profesionales que estábamos trabajando.

Le comenté el incidente al redactor titular de beisbol, y me dijo con todas sus letras, "no dejes pasar ese irrespeto, dales su coñazo" y al llegar al diario en la Avenida San Martín, empecé mi relato así: "Prenatal del Caracas, especial..."

Al día siguiente, apareció en la entrada de la cueva este aviso con el que ilustro esta columna. Amigos me llamaron para prevenirme, porque la amenaza estaba cantada. 

"Si él baja al dogout (o sea yo, Fernando Peñalver), será a su cuenta y riesgo. No puedo garantizar su seguridad", le dijo Prieto Párraga al redactor titular de la fuente, quien le confirmó que el término del partido contra Aguilas del Zulia yo bajaría a realizar mi trabajo, en caso de que los Leones salieron victoriosos. 

No tengo que decirles que estaba cagado. Sudaba frío ante la posibilidad de medirme a esa extraña fauna llamada pelotero profesional, que en los Spring Training son dóciles y accesibles con la prensa de su país, pero que al pisar el Estadio Universitario se creen con el derecho de patear al gremio (O será que nosotros lo permitimos?).

Para mi tranquilidad e integridad fisica, las Águilas ganaron ese juego y también la Serie del Caribe de la mano de Porfirio Altamirano, serpentinero nicaraguense. Luego vendrían los fatídicos días del Caracazo y su honda estela de muerte y destrucción.

Y el segundo cuento? Se los debo para mañana!!! 

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